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Elizabeth Taylor y sus pasos por Acapulco (2da. parte)
14 de agosto de 2019
Por: Víctor Manuel Jiménez Mora

"Las chicas grandes necesitan diamantes grandes"

Una vez, existió una leyenda, al amor desesperado, al universo infinito de la profundidad de las razones, la espera ansiada para muchas personas que nerviosas y a veces hambrientas de amor, pero siempre existe en el mundo una persona que aguarda a la otra, ya sea en el desierto o en medio de una gran ciudad, y cuando estas personas cruzan sus ojos y se encuentran, todo el pasado y futuro, pierde su importancia por completo, sólo existe el momento.

Y la Diva, Elizabeth Taylor, no se dio tiempo de sentir ello. Ella le dio rienda suelta a sus grandes amores y aventuras por la vida.

En 1949 se enamoró del actor Ronald Reagan, 21 años mayor. Sí, un actor de cine que se volvió presidente de los Estados Unidos, Bueno, no me extraña, Arnold Schwarzenegger, se atrevió a ser gobernador del estado de California, siendo austriaco, fisiculturista y actor de pantalla grande, así que no le extrañe lo que pasa con la política local, hay demasiado atrevimiento.

EN EL ACAPULCO, HILTON.

Elizabeth Taylor, fue muy amiga de Anita Ojeda, estilista internacional, quien a su vez era muy cercana y de extrema confianza del ex presidente de México, Miguel Alemán Valdez.

Si le comento esto, es porque La Diva, arribaba al Acapulco Hilton, ya que el socio de Alemán, era don Conrand Hilton, propietario de la cadena, y a la vez padre de Nicky, millonario con quien Elizabeth se había casado por primera vez, sin embargo, una vez divorciada de éste, seguía prefiriendo esa hospedería en la mayoría de las veces.

Doña Anita, la peinaba y conversaban por las tardes y cuenta que una vez antes de regresar a los Estados Unidos, le obsequió un collar de diamantes, en el nombre del gran aprecio que le tenía. Sí, es verdad, ocurrió en los años 60.

Al paso de los años, La Dama de Ojos Violeta, hizo amistades con personalidades que vivían en Acapulco, y aunque el tiempo se encargó de debilitarlos y desaparecerlos de este plano, no se ha desintegrado la historia de esta ciudad aún, porque se sigue transmitiendo el mensaje de amor, a quienes están receptores de las buenas anécdotas como usted, apreciable lector.

La actriz, sabía atravesar con la mirada y paralizar al personal con su voz desde las profundidades a los varones, sensual, mística, parte del Hollywood dorado pero con el suficiente ojo como para salir corriendo en dirección contraria, lejos del banal mundo del cine de estudio cuando se empezó a desmoronar.

En Nueva York pasó sus últimos años, concediendo entrevistas de forma ocasional y volviendo a ponerse delante de las cámaras cuando surgía la ocasión, sin ínfulas de grandeza ni deseos de volver a estar en la escena mundial, sin embargo, debo decir que ella era una estrella por encima de su trabajo, además de que se convirtió en leyenda, mucho antes de decirnos adiós.

Una anécdota personal

En esas preguntas que le hice en 1997 fueron acerca de alguna cuestión por la que la desesperaba, a lo que contestó que todo lo ponía nerviosa menos hacer películas, la gente de Acapulco y que me conoce mejor no me llama Elizabeth sino “Liz”, en ese momento con sonrisa de orgullo, me comentó.

LA ÚLTIMA CAÍDA DE SUS OJOS

Murió a los 79 años de edad, un miércoles 23 de marzo de 2011 en la ciudad de Los Ángeles, cerrando la penúltima puerta de la Edad de Oro en Hollywood, ya que todavía, en su natal Lóndres, respira una actriz amiga suya,: Zsa Zsa Gabor.
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